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El cártel del contenido

Por qué todos aman al PRI

El 4 de diciembre de 2017, el exsecretario de Desarrollo Social del gobierno de Enrique Peña Nieto, José Antonio Meade, apareció en prácticamente todas las portadas de los periódicos del país. La noticia era su nombramiento como el candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y aunque decenas de reporteros y fotoperiodistas de distintos medios acudieron al evento –los suficientes para ofrecer una cobertura variada a los consumidores de noticias– las imágenes, los titulares y las notas tuvieron resultados muy similares.

La imagen de Meade fue replicada casi de manera exacta en medios impresos y digitales. La mayoría eligió la misma fotografía para ilustrar al entonces candidato del oficialismo: Meade con los brazos arriba, en señal de triunfo, con un fondo rojo donde se leía “Presidente de México”, cuando todavía faltaban siete meses para las elecciones de julio de 2018, en las que resultó elegido su mayor rival, Andrés Manuel López Obrador, el candidato del izquierdista Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

Estas “coincidencias” no son una excepción. En México, es común que pese a la gran cantidad de medios tradicionales de información, como periódicos, estaciones de radio y canales de televisión abierta y de paga, la cobertura de un mismo evento tenga el mismo enfoque, casi siempre conveniente para el gobierno en turno. Incluso, existe un concepto para ello: los analistas le llaman “la cargada mediática”, es decir, balancear la mayoría de los medios a favor o en contra de algo o alguien.

La aparente pluralidad de medios en México no garantiza una diversidad de contenidos y este fenómeno está ligado a la propiedad de los medios en el país: de los 42 espacios informativos analizados en este estudio, los más influyentes pertenecen a 11 grupos mediáticos, de los cuales el 100 por ciento tenían abiertas y cercanas relaciones con el entonces gobierno federal o estatales mediante negocios. Basta condicionar los favores o los millonarios contratos de un puñado de familias para incidir en la agenda pública de un país de 127 millones de personas... y viceversa.

Al menos dos terceras partes de los medios analizados pertenece a un grupo empresarial que tiene otros negocios, como constructoras, hospitales, telecomunicaciones, entre otros, con los que los dueños de medios hacen jugosos negocios al amparo del poder. Con frecuencia, los conglomerados mantienen vivos sus negocios en medios de comunicación, aunque no sean rentables económicamente o deban estar subsidiados por otras empresas dentro del conglomerado, porque les permiten negociar su participación en la “cargada mediática” a cambio de ganar licitaciones.

Desaparecer o ceder

La excesiva dependencia económica que tienen los medios analizados respecto al dinero que ofrece la publicidad oficial también produce contenido homogeneizado: 92% de los medios mapeados por MOM México recurre a inyecciones de dinero público para sobrevivir. Y 78% tiene por dueño a un empresario, no a un periodista, es decir, a la cabeza está un negociador profesional. Para obtener un porcentaje de esos recursos, que sólo en 2016 alcanzó cerca de 590 millones de dólares, según la organización no gubernamental Fundar, los medios deben pactar con su mejor moneda de cambio: la línea editorial.

Si los medios se alinean a los intereses del gobierno y forman parte de la “cargada mediática” con otras empresas informativas, entonces recibirán grandes cantidades de dinero y su audiencia podrá crecer gracias a “entrevistas exclusivas” pactadas desde las oficinas del gobierno o “documentos inéditos”, filtrados por altos funcionarios para su propio beneficio o el descrédito de un rival político.

Al no existir en México una ley que regule de forma clara y eficaz cómo se distribuye ese dinero –en 2018 se aprobó la Ley General de Comunicación Social, pero la sociedad civil pide abrogarla porque en vez de resolver el problema de fondo institucionaliza la entrega arbitraria de publicidad oficial–, el medio poco a poco comenzará a secarse financieramente hasta bordear la desaparición. Entonces, sus dueños tendrán que elegir entre dos males: retirarse de la arena mediática o hacer concesiones en sus espacios informativos. Si optan por sobrevivir, estarán también optando –quieran o no– por participar, cuando les sea requerido, en la “cargada mediática”.

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